Hace unos días, una pareja acudía a unos cines de Columbus (Ohio, EEUU) para ver una película. Transcurrida una hora de proyección, un desconocido se acercó a uno de ellos mostrándole una placa de identificación (FBI), le quitó sus gafas y le pidió que le acompañase fuera de la sala.
Allí se encontró con agentes de policía y fue acusado de grabar la película con sus gafas. ¿Cómo? Sí, este individuo llevaba unas Google Glass, la apuesta de la compañía americana en lo que respecta a dispositivos inteligentes que se llevan puestos (en inglés, wearables) y que, entre otras características, ofrecen la posibilidad de grabar vídeo.
Tres horas le costó a este buen hombre demostrar a las (inexpertas) fuerzas de seguridad que sus gafas estaban apagadas durante la película (los agentes llegaron a descargar las fotos/vídeos del dispositivo), recibir sus disculpas y «ganarse» unas entradas gratis para que pudiese ver la película otro día.
Este no es el primer incidente en el que se ven envueltas las Google Glass (un dispositivo que cuesta 1500 dólares). Un bar de Seattle ya prohibió su uso en sus instalaciones incluso antes de salir al mercado.
¿Por qué?
El problema principal de este dispositivo radica en que es capaz de grabar cualquier vídeo, conversación, imagen, etc. sin que, necesariamente, el resto de personas que le rodean lo sepa. Es ahí donde la palabra privacidad aparece sobre el tapete.
¿Te parecería bien que alguien grabase una conversación contigo o te sacase fotos comprometidas sin tu consentimiento?
Como siempre, vuestras opiniones son bienvenidas…